¿Santa Claus nos podrá encontrar?

Una manada de peluches montados en una cómoda observa en silencio mientras una madre cobija a sus dos hijos, plantándoles besitos en la frente. Viven los tres en un apartamento chiquito pero acogedor en el noveno piso de un antiguo edificio, tan alto y alejado de la calle que el ruido de los carros parece un murmullo tranquilo, como el del mar.

—Buenas noches, cariños —susurra la madre.

Al salir del cuarto, cierra la puerta detrás de sí con cuidado, girando el pómulo despacito hasta escuchar un clic.

Después de una pausa prudente, los dos bultos envueltos en mantas empiezan a agitarse. Una niña de rizos abundantes y una cara repleta de pecas abre sus ojos y asoma la cabeza para inspeccionar la recámara.

—Psss, ¡ya se fue! —le dice Lizzy a su hermanito, susurrando para no alertar a su mamá.

—¿Estás segura? —le contesta Alex en voz baja, sin salir de debajo de las sábanas.

—Sí, tontito. ¡Sal de ahí! No nos va a pillar.

Con el sigilo de un ninja, Alex asoma sus dos ojitos negros por debajo de la cobija. Al ver la puerta cerrada y escuchar los pasos de su madre mientras se aleja del cuarto, se sienta a lo indio en su cama.

—¿Crees que Santa Claus nos podrá encontrar aquí? —pregunta Lizzy.

— ¿Por qué no nos encontraría? —responde Alex.

—No sé… ¿Les dijimos a los elfos que tenemos una nueva casa?

—Mmm, no creo… —dice Alex, pensando en los chaparritos de orejas puntiagudas que alegremente fabrican miles de juguetes en este mismo instante—. ¿Cómo hacemos eso?

—Pues mandamos una carta al polo norte, ¡bobito!

—Ah tienes razón. ¿Y si escribimos una carta ahorita? ¿Para estar seguros?

Lizzy lo considera un momento, jugando con un mechón de pelo con el dedo índice. Por su cabeza pasan imágenes de elfos vestidos con pijamas rojas y gorros verdes que sortean un sinfín de cartas, guardando en una gran bolsa de terciopelo los pedidos de los chicos buenos e incinerando en una chimenea los de los chicos malos.

—Ok, pero ¿a dónde la mandamos exactamente? Papá siempre enviaba las cartas al polo norte, pero ahora no está.

—Ah sí…. —contesta Alex, pensando en la banda transportadora repleta de regalos que se van a enviar a todas las casas del barrio, menos a la suya—. ¿y si le preguntamos a Mamá?

—Mamá no piensa en esas cosas, aún no tenemos un árbol de Navidad… Pasa todo el día hablando con la tía Luisa, no sé de qué.

—Hablan del nuevo trabajo de Papá, seguro.

—¿Y qué crees que sea eso? Mamá sólo dijo que va a estar de viaje mucho tiempo.

—Pues…. yo creo que es un agente espacial. Que trabaja con los superhéroes.

Alex imagina a su papá vestido con un traje negro en una enorme aeronave con forma de portaaviones, sentado en torno a una gran mesa y platicando con los Vengadores mientras nubes blanquísimas pasan por los inmensos ventanales.

—¿Sí? ¿Por qué dices eso?

—Piénsalo. ¿Has visto que a veces Mamá habla por teléfono con alguien, menciona a Papá y luego empieza a llorar? Mi teoría es que Papá está encubierto, y que la agencia secreta le está dando sus novedades a Mamá. Debe de tener una misión peligrosa.

Piensa en su papá disparando rayos láser mientras un monstruo de agua con forma de cocodrilo descomunal repta por la calle, blandiendo sus dientes serrados. Sus refuerzos,  Spiderman y Hulk, aparecen entre los rascacielos lanzándose hacia la bestia para unirse a la lucha.

—Puede ser…. ¿Y con quiénes crees que trabaja Papá?

—No sé si trabaja con todos los superhéroes, pero espero que conozca a Spiderman, es mi favorito. Él vive cerca, ¿no?

—No creo, jajaja. Estamos en Nueva Jersey, no en Nueva York.

De repente Spiderman desaparece en pleno balanceo, antes de poder echar otra telaraña de su muñeca. Deja solos a Hulk y a Papá en su combate contra la criatura que les está arrojando enormes olas de agua turbia y fría.

—Bueno, al menos podría trabajar con Ironman. Él vuela a todos lados.

—Tal vez, jaja. ¿Pero sabes qué?

—¿Qué?

—Se supone que sea un secreto, pero la tía Luisa me contó que vamos a tener un nuevo papá.

—¿Cuándo te dijo eso?

—Hace unos días. Caminábamos en el parque comiendo helado, y me dijo que quería contarme un secreto.

—¿!Te compró un helado!? A mí no, ¡eso no es justo!

—Shhh, eso no importa ahora. De todos modos, siempre he sido su favorita. —contesta Lizzy, con un mohín burlón y satisfecho a la vez. Su hermanito pone cara de puchero.

—¡No es cierto! —refunfuña Alex.

—¡Claro que sí!

—¡No!

—¡Sí!

Alex se ha levantado y los dos forcejean un rato, dejando las sábanas y mantas una pila que se desliza hacia el suelo, pero al final Lizzy gana la lucha a fuerza de cosquillas imparables. Resignándose a aceptar su derrota, Alex regresa a su cama y se envuelve en una cobija. Los dos toman un momento para acomodarse de nuevo, cubriendo los pies con las sábanas.

—¿Podemos elegir al nuevo papá? —pregunta Alex, rompiendo el silencio.

—No sé… ¿Qué tipo de papá quieres?

—Mmmm, alguien que nos pueda llevar con él en sus aventuras. Quizá Ironman, me podría enseñar a volar.

Fantasea con el traje ultra-avanzado que tendría como Ironkid, pensando en los zapatos de metal brillante que echan llamas por las suelas para impulsarlo por el aire. Ya puede sentir la brisa fresca mientras vuela por el cielo del barrio y escucha los perros que ladran al ver al bólido pasar por encima de sus patios.

—¿Por qué siempre son los superhéroes? Lees demasiados cómics. ¿Qué tal si tuviéramos un papá astronauta? Nos podría llevar a la luna.

—A Marte —corrige Alex—. A nadie le importa la luna ahora, ya la hemos explorado.

—Ok, a Marte —acepta Lizzy.

—Pero eso no importa. Los superhéroes siempre son mejores, y sé que están cerca.

—¿Sí? ¿Cómo estás seguro de eso?

—Porque vi a Superwoman. Estaba con Papá.

—¿!Cuándo pasó eso?! ¿Por qué no me lo dijiste antes?

—¡Shhhhh! Porque es un secreto. Papá me hizo prometer eso.

—Entonces, ¿por qué me lo cuentas ahora? —pregunta Lizzy, volviendo a susurrar—. Papá se va a enojar, seguro.

—No si no sabe. Júrame que no se lo vas a decir a nadie más. Por la garrita —dice Alex solemne, ofreciendo su mano con el meñique extendido.

—Ok, te lo prometo —responde Lizzy, apretándole el dedo con el suyo, cerrando el pacto.

—Pasó en octubre, cuando tú y Mamá estaban haciendo cosas de chicas.

—Quieres decir, ¿comiendo rico helado? —le contesta Lizzy, sacando la lengua y contrayendo su cara en una mueca de burla.

—¡No te hagas!

—Ok, ok… Cuéntame qué pasó.

—Bueno, los vi subir las escaleras de la vieja casa. Papá estaba como abrazando a Superwoman, supongo porque era su fan. No me vieron porque estaba en mi cama, pero la puerta estaba un poco abierta.

—¿Pero cómo sabes que era Superwoman?

—Porque se veía justo como en los cómics. Tenía el pelo largo y negro, llevaba el traje azul con una capa y tacones rojos. Y tenía una gran “S” en el pecho, tiene que ser ella. Cuando pasaron nuestro cuarto, me levanté y los seguí un poquito. Vi que se fueron al cuarto de Papá, pero cerraron la puerta.

—¿Y? ¿Qué pasó después?

—Oí ruidos extraños. Gruñidos, como si estuvieran peleando.

—¿Peleando? ¿Por qué?

—No lo sé, pero si fuera una lucha de verdad Superwoman hubiera tirado a Papá por la ventana. Es sólo un humano normal, hasta donde yo sé. Por eso creo que estaban como entrenando.

—Pero ¿por qué Superwoman necesitaría hacer eso? ¿Ya es casi invencible no?

—No cuando tienes armas de kriptonita, bobita. Entonces se vuelve como la gente normal.

—Ah tienes razón… ¿Y escuchaste algo más?

—Mmmm, oí unos golpes sordos y que Superwoman gritaba el nombre de Papá, no sé si estaba enojada, o algo le dolía o qué. A lo mejor Papá se pasó con la kriptonita. Luego cuando abrieron la puerta, estaban muy sudados y cansados. Superwoman tenía el pelo todo despeinado. Me escondí de nuevo y los miré bajar las escaleras, pero esa vez Papá me vio. Su cara se puso bien roja. Entiendo. Ella es una de las personas más poderosas del mundo, pero tiene un montón de enemigos.

—Claro, por eso tienes que proteger su identidad secreta.

—¡Exacto! Papá me pidió que no se lo dijera a nadie, ni siquiera a Mamá. No quiere que los villanos se enteren y que seamos el blanco de un ataque.

—Uyyy, ¡va a ser difícil guardar este secreto! ¡¿Por qué me lo dijiste?! No sé si podré dormir ahora…

—¡Por eso! Era súper difícil mantenerlo en secreto. No podía ser el único que lo sabía. Pero confío en ti, sé que no se lo vas a decir a nadie más, ¿verdad, Lizzy? —pregunta Alex, mirando a su hermana a los ojos, expectante.

—Claro, ya te lo juré por la garrita. Si no respetamos eso, ¿qué somos? ¿Animales?

—Ok jajaja. Gracias, Lizzy — responde Alex con una sonrisa—. Por cierto, aún no sabemos dónde vive Santa Claus. ¿Quién va a enviar nuestra carta al polo norte si Papá sigue en su misión? ¿El nuevo Papá que mencionó la tía?

—Tal vez, pero no quiero otro Papá, ya extraño al original.

—Yo también… pero podríamos tener los dos, ¿no?

—¿Dos papás al mismo tiempo?

—Ajá exacto, ¿sabías que David tiene dos mamás? Es igualito. Apuesto que una de ellas trabaja como agente especial también y necesitan otra para cuando no está.

—Ah puede ser, ahora que lo pienso —contesta Lizzy—. Sólo espero que el nuevo Papá sepa donde vive Santa Clause…

—¡Seguro que sí! Los papás siempre saben eso. Creo que es parte del test al que se presentan cuando la cigüeña les va a dar un bebé.

—¡Buen punto! Ahora me siento un poquito mejor. Y…. ¿estás seguro de que no quieres un papá que te lleve a Marte? —pregunta Lizzy.

Los dos piensan en su llegada al planeta rojo, en el polvo de color óxido que se arroja al aire cuando el transbordador espacial por fin planetiza en medio del desierto marciano. Unos hombrecillos verdes con antenas puntiagudas salen por detrás de unas rocas para mirar abobados a sus nuevos visitantes. Los niños piensan en cuáles serán sus primeras palabras, las que todo el mundo recordará para siempre.

De repente una luz cegadora llena todo el espacio a su alrededor, borrando de la faz de Marte a los aliencitos y a los astronautas por igual.

Es Mamá. Ha abierto la puerta y encendido las luces. Está parada en el umbral, con los brazos cruzados sobre el pecho.

—Pensé que estaban dormidos cuando salí, pero luego escuché sus vocecitas y risas. ¿De qué están hablando a esta hora?

—Nada, cosas de niños. Es top secret —responde Lizzy.

—Ajá, claro. Pero ustedes tienen que ir a la escuela mañana tempranito, necesitan dormir. Yo necesito dormir. Así que cierren sus ojitos y no los abran, ¿ok?

Los dos niños resoplan con resignación.

—Ok, Mamá. —dicen al unísono.

—Buenas noches, cariños. Que sueñen con los angelitos —termina Mamá, apagando las luces y cerrando la puerta.

Lizzy se cubre con la cobija y reposa su cabeza sobre la almohada. Le da un guiño travieso a su hermanito, quien responde con una sonrisa antes de cerrar los ojos.

Afuera, tan lejos en el cielo nocturno que parece una estrella fugaz, Ironman vuela por encima de las casas del barrio, terminando una misión secreta.

3 comentarios en “¿Santa Claus nos podrá encontrar?

  1. Buenas tardes, me gusta mucho como escribes, por eso la idea de ser tu compañera bloguera puede ser interesante, segura de que mutuamente disfrutaremos de nuestra relación literaria. Ven, visítame y te quedarás: ” minovela.home.blog”.
    Únete a mi web, donde te voy a ayudar a entender cada paso de los que fui dando a lo largo de las páginas de mi novela “S.H. El Señor de la Historia”. Quiero ayudarte a bucear en su filosofía confiando en que comprendas la profundidad de su mensaje.
    TE ESPERO
    Mary Carmen

    Me gusta

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s